Hace muchos miles de años, el pueblo de Israel era muy infeliz, pues
los egipcios los usaban como esclavos y mataban a sus niños. Pero
gracias a un hombre de Dios llamado Moisés, todos los hebreos pudieron
recuperar su libertad y viajar a través del desierto hacia la Tierra
Prometida, un lugar en donde nunca más tendrían que servir a nadie y
serían sumamente prósperos.
Antes de hacer ese gran viaje, Moisés
los reunió a todos en las faldas del Monte Sinaí y les indicó que lo
esperaran, pues debía subir para recoger los mandamientos del Señor.
Todos estuvieron de acuerdo.
Sin
embargo, pasaron las horas y Moisés no regresaba del monte. Las
personas comenzaron a impacientarse, pensando que los había abandonado.
—No
tenemos idea de que puede haber pasado con Moisés —se dijeron los unos a
los otros, desamparados—. Será mejor que nos construyamos un nuevo dios
al que adorar, un dios que nos indique como salir del desierto.
En ese momento Aarón, el hermano de Moisés, tuvo una idea.
—Todos
quítense sus pendientes de oro y dénmelos a mí —dijo—, voy a derretir
todo el metal y con él, haremos el más hermoso becerro que se haya
visto.
Los israelitas reunieron todas sus joyas y Aáron les
derritió hasta convertirlas en metal líquido. Con ese, ayudó a esculpir
un gran becerro, que resplandecía como el sol.
Cuando su gente vio
esto, todos se quedaron tan deslumbrados por la belleza del animal que
de inmediato comenzaron a adorarlo, entonando canciones y arrodillándose
ante él como si fuera su nuevo dios. Y Dios, al darse cuenta de esto,
se disgustó muchísimo por la falta de fe de su pueblo.
—Será mejor
que bajes ahora mismo —le dijo a Moisés—, pues las personas se
desesperaron al no verte regresar y ahora están haciendo terrible.
Moisés
bajó a toda prisa del monte con los 10 mandamientos, los cuales habían
sido plasmados en un par de tablas sagradas y hechas de piedra. Esto sin
embargo, no pudo evitar que se rompieron cuando Moisés las estrelló
contra el suelo. Y no era para menos, pues estaba muy enojado de ver
cuan poca era la lealtad que su pueblo tenía hacia Dios.
—Dios no
quiere que adoremos a los falsos dioses, él nos ama y solo nos pide el
mismo amor a cambio —dijo, antes de derretir el becerro de oro—. Hoy,
ustedes han hecho algo muy malo. Él se siente muy decepcionado de todos.
A
partir de ese momento y muy avergonzados, los hebreos prometieron que
serían más fieles, y que seguirían al pie de la letra los 10
mandamientos creados por Dios, para ser siempre personas de bien.
Lo que este cuento infantil
acaba de enseñarnos, es que no está bien darle la espalda a nuestro
verdadero padre celestial, quien nos ama y quiere lo mejor para
nosotros. Cuando depositas tu confianza en otras cosas como las riquezas
y la fama, corres el riesgo de olvidarte de lo más importante: el amor
entre tú, Dios y tus seres queridos.
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